Chile o los dilemas de la república modelo
Texto de historiadora Carmen McEvoy en Domingo edición 10 de octubre de 2010, del diario La República.
A propósito de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia de Chile, celebrado el 18 de setiembre pasado, la historiadora Carmen McEvoy examina el derrotero de una nación que construyó una de las expresiones más radicales del republicanismo sudamericano.
Por Carmen McEvoy (*)
“Debo a la generosidad del Perú una vida tranquila y el no mendigar mi subsistencia y la de mi familia”. Aquellas palabras –escritas por Bernardo O’Higgins en las postrimerías de su vida– resonaron en mis oídos cuando tomé la decisión de estudiar la historia del siglo XIX chileno. Al examen de la repatriación de sus restos, más aún, dedicaría uno de mis primeros trabajos sobre la historia chilena: aquella ceremonia, como sostuve ahí, estableció el modelo para las dedicadas a muchos otros héroes patrios que, a partir de 1879, emprenderían –al igual que O’Higgins– el retorno póstumo desde el Perú.
Desde su exilio limeño había insistido el patriota chileno en la enorme interdependencia que existía entre ambos países, vaticinando asimismo que, andando el tiempo, el bienestar del uno redundaría necesariamente en beneficio del otro. No encontrarían, lamentablemente, demasiado eco sus palabras. Aún hoy, a pesar de la íntima asociación de nuestras historias nacionales, seguimos sin poder trabajar a fondo los temas que nos unen, dejando atrás todo aquello que ha contribuido a separarnos, en especial el recuerdo de la Guerra del Pacífico.
No es posible abordar la relación peruano-chilena sin remontar el primer obstáculo que nos divide: la huella indeleble dejada por la Guerra del Pacífico en nuestros imaginarios nacionales. Es por ello que la principal tarea de los historiadores de los países enfrentados a partir de 1879 –y aquí es imprescindible incluir a Bolivia– será transformar ese sangriento conflicto en Historia. Conocer en profundidad la dinámica política e ideológica de aquella contienda puede ayudarnos a entender mejor el tema que hoy nos convoca: los dilemas de una república que vio en su independencia la posibilidad de definir un perfil propio frente a un vecino que era nada menos que el antiguo centro del poder colonial.
Estrella solitaria
Mientras al Perú –un país marcado por su geografía, su riqueza, sus orígenes imperiales y su diversidad cultural– le tomará un largo tiempo mirarse como nación, Chile entendió con meridiana claridad que la forja de una sólida identidad republicana era clave para remontar su antigua marginalidad. La explosión sideral de esa suerte de estrella solitaria –maniatada a lo largo de los siglos por múltiples relaciones de dependencia– provocó una de las expresiones más radicales del republicanismo sudamericano.
De ahí que el republicanismo chileno pueda entenderse a través del estudio de sus rituales, como es el caso del funeral de O’Higgins, y mediante su retórica. La enorme fe en el poder de las palabras es un elemento constitutivo del “voluntarismo liberal” que sucedió a la Independencia. La apuesta por la cultura fue una consecuencia inevitable del estado de disociación entre las preferencias liberales y el contexto socioeconómico en el cual dichos ideales aparecieron. Este desequilibrio creó las condiciones para el historicismo, para la intransigencia ideológica y para la noción de que el hombre de palabras era un ser elegido, cuya misión consistía –según Bernardo Subercaseaux– en liberar a Chile de su pasado colonial.
Dentro de un universo mental en el que no existía lugar para los claroscuros y menos para la duda, José Victorino Lastarria, promotor de la Sociedad Literaria, se propuso combatir los viejos elementos de la cultura española presentes en la antigua Capitanía General desde el siglo XVI. El “plan de guerra” de quien se percibió como la conciencia intelectual de la nación fue colaborar en crear las bases de su futura civilización. Así, conceptos como “civilización”, “masculinidad”, “moralidad” y “superioridad racial” servirán de soporte a un discurso generalizado cuyo objetivo principal fue resaltar la aparente superioridad de una república que desde sus tempranos inicios se percibió como única en la región.
Chile, al igual que los Estados Unidos de Norteamérica, resolvió los dilemas y las contradicciones del republicanismo mediante la expansión fronteriza, proceso que ocurrió tanto a nivel político como económico. Cabe recordar que uno de los mayores desafíos del republicanismo clásico fue resguardar a la república del efecto corrosivo del tiempo, concebido como el verdadero enemigo del régimen y el responsable del caos y la inestabilidad. Así, frente a una trayectoria cuyo destino inevitable era el declive y la tan temida corrupción moral se alzaba el antídoto de la expansión fronteriza. Un conjuro pensado como horizonte de superación. En este sentido, además de posibilitar la reproducción del ideal fundacional del republicanismo –el de un perpetuo comienzo–, el concepto de frontera colaboró también a reforzar la noción de que la virtud era posible, para todos, mediante el trabajo y la producción.
Ideario individualista
Si analizamos detenidamente el proceso de ocupación de territorio boliviano y peruano por el Estado chileno a partir del verano de 1879, emerge, una y otra vez, la formulación del discurso de una “polis” civilizadora. El discurso civilizador de quienes asumen la tarea de integrar los territorios conquistados al “comercio universal del mundo” debió presentar a Bolivia y al Perú como los vestigios de sociedades premodernas atrapadas entre el estatismo y la corrupción. Así, la prensa chilena construye al enemigo como lo imperial, como un Antiguo Régimen que es imprescindible destruir. Es entonces desde los márgenes que el Estado chileno junto a sus vanguardias intelectuales reformula, en oposición a sus vecinos, su nacionalismo que es, qué duda cabe, republicano y por ello eminentemente civilizador. Por ser también individualista y competitivo, este ideario se irá alejando del americanismo defendido por Bernardo O’Higgins.
Benjamín Vicuña Mackenna es el hombre que mejor simboliza el espectacular viraje conceptual que O’Higgins no fue capaz de imaginar para la república que él ayudó a fundar. Como investigadora, tuve una experiencia muy grata en los archivos chilenos. Esta percepción, sin embargo, cambió cuando tuve que revisar el archivo que el gobierno chileno compró a la viuda de Vicuña Mackenna. Ahí encontré una importante cantidad de documentos peruanos, entre ellos los epistolarios de los presidentes Domingo Nieto y Luis José de Orbegoso que ya han sido transcritos y publicados en Lima bajo el título de “Soldados de la República. Guerra, correspondencia y memoria en el Perú”.
Es probable que algunos de los miles de folios recopilados celosamente por el senador de Coquimbo formaran parte del tráfico de documentos peruanos en el periodo de la ocupación. Lo que resulta relevante a nuestra discusión sobre la construcción del imaginario de la república de Chile es que la obsesión de Vicuña Mackenna por recolectar documentos peruanos y bolivianos está asociada a esa cruzada civilizadora defendida por su maestro Victorino Lastarria. Los países “bárbaros”, como eran catalogados el Perú y Bolivia, simplemente no merecían tener una historia y mucho menos preservar sus libros y sus fuentes documentales.
¿Círculo vicioso?
¿Será posible que luego de 200 años de independencia un Chile maduro y consolidado reevalúe un ideario que ha sido la causa directa de sus mayores logros pero también una de las razones de sus carencias culturales? (aquí me refiero a su difícil relación con la diversidad propia y ajena), ¿será posible romper el círculo vicioso de un sentimiento de superioridad que refuerza el de inferioridad del “otro”, una situación que obviamente impide cumplir el sueño de unidad de Bernardo O’Higgins?
En este Bicentenario, mi propósito ha sido recordar al hombre cuya vida transcurrió entre Chile y el Perú. Fue esta valiosa experiencia de vida lo que le permitió vislumbrar un futuro de integración y complementariedad para las dos repúblicas que tanto amó. Porque a estas alturas del camino recorrido ya nadie puede negar que somos naciones que se han nutrido una de la otra. Nuestra diversidad complementa esa apuesta por la homogeneidad y el orden que ha caracterizado desde siempre al republicanismo chileno. Su sentido organizativo, nuestra tendencia a la dispersión. Su disciplina, nuestra creatividad.
Los aniversarios, como el que celebra Chile hoy, permiten invocar el pasado con la finalidad de iluminar el presente y el futuro.
Pienso que sin derrotismos ni triunfalismos es posible modelar una mirada crítica, sustentada en la historia, que nos permita trascender los nacionalismos de antaño para caminar juntos hacia un futuro diferente. Este fue vislumbrado hace 200 años por el Padre Fundador. Romper el conjuro de las palabras y obviamente de los hechos dolorosos nos ayudará a darles a nuestros pueblos la tranquilidad y la paz que merecen. Porque la promesa de esa gesta independentista que hoy celebramos con alegría junto a Chile fue la libertad pero también la solidaridad y la felicidad de todas las repúblicas que decidieron romper con el pasado para construir una vida en común.
(*) Carmen McEvoy es una historiadora peruana, profesora en The University of the South. Autora de La utopía republicana, Forjando la nación, Armas de persuasión masiva, entre otras obras.
(*) Carmen McEvoy es una historiadora peruana, profesora en The University of the South. Autora de La utopía republicana, Forjando la nación, Armas de persuasión masiva, entre otras obras.
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