Giuseppe Benza, un genovés que peleó por el Perú
Por: Alberto Benza González
Cuando estalló la Guerra del Pacífico, el 5 de abril de 1879 –hace 128 años- el comando superior de las fuerzas armadas de Chile, no imaginaron que para materializar sus objetivos –en lugar de un año o dos a lo sumo- encontrarían una inopinada resistencia en la zona central del Perú, concretamente en el Valle del Mantaro, asiento del distrito de Apata que por un extraño prodigio de sus hombres bien pudo ser la fosa de su ambiciosa aventura.
Apata no figuraba, para nada en su plan de conquista. El objetivo chileno preparado por expertos militares ingleses, era concreto: Arica – Lima, ese era el eje y para cumplirlo se fijaron las campañas terrestres, marítima, no había más. Unos 50 mil hombres en acción y asunto concluido. El plan maestro no podía fallar y falló.
El Combate de Angamos donde se inmoló el piurano Miguel Grau Seminario, Tarapacá donde Francisco Bolognesi, hizo morder el polvo de la derrota al invasor y Andrés Avelino Cáceres, el inimitable estratega del ajedrez bélico, se bastaron para convertir en una pesadilla lo que pensaban sería un paseito.
Debo precisar que el relato que a continuación ofrezco es la versión de lo que mi padre escuchó de labios de mi abuelo, quien, a su vez, lo supo a través de mi bisabuelo y lógicamente éste mi tatarabuelo, vale decir tres generaciones, pero una sola verdad que tiene como protagonista a Giuseppe Benza, un genovés emprendedor que había sentado sus reales en el hermoso Valle de Uchubamba, fértil como generoso.
Giuseppe, mi tatarabuelo –yo me llamo Alberto Benza González- decidió quedarse. Al comienzo con ciertas vacilaciones porque siempre uno extraña el lugar en que nació, pero después, a poco de su arribo a ese paraíso de la sierra central, capituló. Había conocido a Simona Palomino, bellísima aristócrata huancaína que le cortó la respiración. Era esa mitad con lo cual siempre uno sueña, flechado, dispuso las armas y se casó.
Ya por ese entonces los ecos de la guerra habían llegado a la zona central, al distrito de Apata, donde Giuseppe Benza, el genovés, laborando con singular tesón ya era dueño de las haciendas Chimpimayo, Paltainioc y Misquipuquio[1], ubicadas en el valle de Uchubamba, codiciadas por el enemigo cuya consigna era sembrar el terror e imponer cupos e impuestos por expresa orden del jefe de la guarnición Estanislao Del Canto[2], además confisco víveres, productos que generosamente habían rendido las fértiles tierras.
Giuseppe que sabía como operaban los vándalos chilenos había enterrado dinero joyas y todo lo que tuviera valor. Con mucha habilidad y rapidez, el valle del Mantaro fue sembrado de recursos que estaban destinados para mujeres y niños que Giuseppe había alojado en lugares más seguros.
Este apoyo a mujeres y niños no fue consecuencia de la presencia del ejército invasor; era una práctica social que Giuseppe impuso, lo hizo a tono con su espíritu cristiano y su permanente actitud solidaria de siempre compartir un pan y dar albergue sin pedir nada a cambio.
José Benza Palomino, hijo del genovés dejo escrito un valioso testimonio en el que da fe de la generosidad de su progenitor:
“Enterado mi padre que el Coronel Juan Gastó Valderrama se hiba a concentrar en Chicche – Apata con los guerrilleros Comasinos y Apatinos cargó casi el total de sus acémilas para abastecer a los guerrilleros de coca, aguardiente y kerosene y los llevó un día antes de la Batalla de Concepción. Recuerda que los guerrilleros Apatinos eran casi un centenar, pero cada uno valía por diez. Su aporte – el de los guerrilleros y la actitud de mi padre – fueron reconocidos, aunque tarde, después de varios años por el alcalde de Apata, Emilio Barreto García fui testigo de ese encuentro en 1894, tenía en ese entonces 14 años”.[3]
Su calidad de hombre integral, justo patriota se manifestó asimismo cuando fue informado por uno de sus arrieros que los chilenos habían entrado sigilosamente a Apata, con la finalidad de extorsionar a los pobladores y depredar los ricos tesoros de la Iglesia de la Natividad de Cocharcas de la cual habían robado la custodia y los vasos sagrados, el era muy religioso y concurría habitualmente a la Iglesia.[4]
Este antepasado ilustre cuya sangre discurre por mis venas, al concluir la infausta guerra se mantuvo al margen con el colaboracionismo de otros terratenientes por derrotar a Cáceres. Cuando murió el 16 de junio de 1899 una silenciosa multitud acompañó a sus restos que descansan en paz en el Cementerio de Huancayo. Descanse en paz querido “genovés” raíz y tronco de una familia, la nuestra, que nunca te olvidará. ¡Que Dios te Bendiga!.
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